Aquellas pequeñas cosas con las que
jugábamos, ahora me devoran el recuerdo como gigantes molinos de viento.
Alguien las cambió de sitio, o las han tirado. Aquel alambre espino, retorcido
con la mano, nos parecieron soldados por un rato, tú los tuyos y yo los de mi
bando. Les dábamos el soplo de la vida, les poníamos relato y peleaban asidos entre nuestros dedos los supuestos soldados, en una imaginada batalla, sin muertos ni heridos. Así eran
nuestras guerras...de mentirijilla, terminadas entre los dos reídas, con dos ganadores, contentos ambos, sin decir, has hecho fullerías.
Aquella tabla encontrada, un
martillo, cuatro puntillas, un poco de nogalina y agua, listo un barco para
echarlo en el arroyo, simulando un barco de carga. Hasta quisiste poner tu pie
encima para darte cuenta que se hundía como los de verdad, los que en el cine habiamos visto. Entonces reía yo, por haber naufragado tú, viendo tus
sandalias y tus pies, hundidas en medio del arroyo.
Antes de media tarde, íbamos a tu casa; cogido tu pan y aceite, pasábamos por la mía a coger el mío. Merendados,
limpias nuestras bocas con el dorso de la mano, tocaba, sacar a las ovejas al campo. Al vernos juntos en el corral, remoloneaban inquietas arremolinandose en círculo de pocas ganas. Sabían que las
arrearíamos, ellas siempre tan tranquilas paciendo las hierbas del camino.
Vaya, que corrían con una vareta fina, atizando sus patas para que fueran las
primeras en llegar, las suyas o las mías. Allí descansaban y comían. Mientras, canto en mano, nos poníamos a la par para lanzarlo y salir corriendo, a ver quién de nosotros mandó el canto más lejos, cuál de
los dos llegaba primero. Rivalidad entre risas con el perro, que por ser
pequeño, siempre nos seguía y perdía el reto. Dumbo se aburría vigilando las ovejas y
prefería seguirnos el juego.
No tuvo gracia el día que me tiró el
burro, menos al verte cómo tú te desternillabas de risa. Había sido una carrera que
yo habría ganado de no haberse espantado Lucero, por algo que imaginó raro
entre la hierba. Menudo porrazo, el brazo desollado, yo cabreado con el
burro y tú riéndote. Ese día mi madre estaba para salir corriendo, al
llegar para que me curara, reñía a gritos a mi hermana, por no salirle bien el
dibujo del encaje de bolillos. Nuestras mofas encima, sumaron la rabieta
de mi hermana que tiró los bolillos, salió huyendo sin saber si por nuestras risas, la histeria de mi madre o los bolillos, que tanto odiaba.
Morgui, mi gata siempre tan lenta. Mi
madre dice que ya es muy vieja, tumbada junto al fogón miraba curiosa sin mover
una pata, más que relamerse con su lengua un largo bigote de pocos pelos, finos y blancos. Si
la querías levantar, un poco de tocino le ponía a su alcance. Se levantaba, me
lo quitaba cuando yo quería y vuelta a recostarse ahora para chupar semejante manjar.
La escuela también era un juego. Don
Gregorio ya era viejo o nos lo parecía. La pizarra llena de cuentas y varias
hojas del libro para copiar en la libreta haciendo un dibujo, había para pasar
dos horas, mientras él daba alguna cabezada sobre la mesa. Unos hacíamos las
cuentas y copiábamos en la libreta, otros se intercambiaban canicas por cromos,
cromos por cromos, mientras otros sacaban de sus bolsillos, el colorín
chiquitín para darle migajas de pan mojado en saliva, para sacarlo adelante.
Aquellas pequeñas cosas, aquellos juegos
sin cosas, hicieron una vida que ahora se me aparecen como gigantes molinos de
viento. Alguien las cambió de sitio. O las han tirado. Entre aquellas pequeñas
cosas, me sentía seguro, en aquellos juegos, todo tenía sentido. Hoy me
pregunto entre tanta cosa y tan poco juego, qué tiene sentido. Ayer veía
molinos de viento, hoy son gigantes que me asustan en un mundo de poca fantasía
y mucho palique vacío.
Si aprendí no fue por copiar el libro ni
hacer un dibujo. Aprendí viendo como el maestro cansado por comer poco, se
dormía. Aprendimos por que tenías un amigo...porque algo, cuando no hay nada,
es mucho. Porque un alambre, lo doblabas e inventabas lo que tú querías.
Aprendimos porque las ovejas cada día tenían que comer, porque el perro no se
aburriera y Morgui reposara si es que era vieja, como mi madre decía.
La vida se hace de pequeñas cosas, mucha
ilusión y sin miedo a caerte del burro. La vida es un juego, si quieres jugar
conmigo. Antes que anclarme entre la soledad y el miedo, seguro que nos
inventaremos un juego.
Hasta la próxima entrada hermanos. Sed felices.
La nota de humor:
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