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martes, 4 de noviembre de 2014

Juegos del hambre.

Aquellas pequeñas cosas con las que jugábamos,  ahora me devoran el recuerdo como gigantes molinos de viento. Alguien las cambió de sitio, o las han tirado. Aquel alambre espino, retorcido con la mano, nos parecieron soldados por un rato, tú los tuyos y yo los de mi bando. Les dábamos el soplo de la vida, les poníamos relato y peleaban asidos entre nuestros dedos los supuestos soldados, en una imaginada batalla, sin muertos ni heridos. Así eran nuestras guerras...de mentirijilla, terminadas entre los dos reídas, con dos ganadores, contentos ambos, sin decir, has hecho fullerías. 
Aquella tabla encontrada, un martillo, cuatro puntillas, un poco de nogalina y agua, listo un barco para echarlo en el arroyo, simulando un barco de carga. Hasta quisiste poner tu pie encima para darte cuenta que se hundía como los de verdad, los que en el cine habiamos visto. Entonces  reía yo, por haber naufragado tú, viendo tus sandalias y tus pies, hundidas en medio del arroyo.


Antes de media tarde, íbamos a tu casa; cogido tu pan y aceite, pasábamos por la mía a coger  el mío. Merendados, limpias nuestras bocas con el dorso de la mano, tocaba, sacar a las ovejas al campo. Al vernos juntos en el corral, remoloneaban inquietas  arremolinandose en círculo de pocas ganas. Sabían que las arrearíamos, ellas siempre tan tranquilas paciendo las hierbas del camino. Vaya, que corrían con una vareta fina, atizando sus patas para que fueran las primeras en llegar, las suyas o las mías. Allí descansaban y comían. Mientras, canto en mano,  nos poníamos a la par para lanzarlo y salir corriendo, a ver quién de nosotros mandó el canto más lejos, cuál de los dos llegaba  primero. Rivalidad entre risas con el perro, que por ser pequeño, siempre nos seguía y perdía el reto. Dumbo se aburría vigilando las ovejas y prefería seguirnos el juego.


No tuvo gracia el día que me tiró el burro, menos al verte cómo tú te desternillabas de risa. Había sido una carrera que yo habría ganado de no haberse espantado Lucero, por algo que imaginó raro entre la hierba. Menudo porrazo, el brazo desollado, yo cabreado con el burro y tú   riéndote. Ese día mi madre estaba para salir corriendo, al llegar para que me curara, reñía a gritos a mi hermana, por no salirle bien el dibujo del encaje de bolillos. Nuestras mofas encima, sumaron la rabieta de mi hermana que tiró los bolillos,  salió huyendo sin saber si por nuestras risas, la histeria de mi madre o los bolillos, que tanto odiaba.
Morgui, mi gata siempre tan lenta. Mi madre dice que ya es muy vieja, tumbada junto al fogón miraba curiosa sin mover una pata, más que relamerse con su lengua un largo bigote de pocos pelos, finos y blancos. Si la querías levantar, un poco de tocino le ponía a su alcance. Se levantaba, me lo quitaba cuando yo quería y vuelta a recostarse ahora para chupar semejante manjar.
La escuela también era un juego. Don Gregorio ya era viejo o nos lo parecía. La pizarra llena de cuentas y varias hojas del libro para copiar en la libreta haciendo un dibujo, había para pasar dos horas, mientras él daba alguna cabezada sobre la mesa. Unos hacíamos las cuentas y copiábamos en la libreta, otros se intercambiaban canicas por cromos, cromos por cromos, mientras otros sacaban de sus bolsillos, el colorín chiquitín para darle migajas de pan mojado en saliva, para sacarlo adelante.


Aquellas pequeñas cosas, aquellos juegos sin cosas, hicieron una vida que ahora se me aparecen como gigantes molinos de viento. Alguien las cambió de sitio. O las han tirado. Entre aquellas pequeñas cosas, me sentía seguro, en aquellos juegos, todo tenía sentido. Hoy me pregunto entre tanta cosa y tan poco juego, qué tiene sentido. Ayer veía molinos de viento, hoy son gigantes que me asustan en un mundo de poca fantasía y mucho palique vacío. 
Si aprendí no fue por copiar el libro ni hacer un dibujo.  Aprendí viendo como el maestro cansado por comer poco, se dormía. Aprendimos por que tenías un amigo...porque algo, cuando no hay nada, es mucho. Porque un alambre, lo doblabas e inventabas lo que tú querías. Aprendimos porque las ovejas cada día tenían que comer, porque el perro no se aburriera y  Morgui reposara si es que era vieja, como mi madre decía.
La vida se hace de pequeñas cosas, mucha ilusión y sin miedo a caerte del burro. La vida es un juego, si quieres jugar conmigo. Antes que anclarme entre la soledad y el miedo, seguro que nos inventaremos un juego.
Hasta la próxima entrada hermanos.  Sed felices.

La nota de humor: 



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